sábado, 17 de mayo de 2008

Ana Martínez Quijano. Texto Catálogo. Galería Palatina

 Vivir, soñar, dibujar.

                                                                          

Desde su Bariloche natal, Viviana Blanco llegó con un álbum de recuerdos, con imágenes -muchas de ellas imaginarias, otras, reales, pero casi todas situadas en la frontera donde se encuentran lo fantástico y lo real- que son el punto de partida de su producción. Se trata de escenas vívidas, como la que configura el negro reflejo de unas aguas densas por donde se desplaza un cisne con dos cabezas. En la superficie de ese inmenso lago oscuro, las ondulaciones y los ritmos, generan un efecto que se aproxima vagamente al llamado “moiré” del arte cinético. 
Entre los dibujos hay un hombre con cabeza de pájaro ejecutando una misión insensata: carpir una tierra árida, impenetrable. El cuerpo del personaje está conformado por una sucesión de líneas curvas que reproducen el veteado de la madera. El énfasis en la línea se reitera en el tronco de un árbol que se continúa sin interrupciones en la figura de un ciervo. La savia que circula por la planta, la sangre del animal y el impulso que mueve la mano de la artista, brindan continuidad y energía a esa línea. El más claro antecedente de intersubjetividad extrema con la naturaleza, es el de Jackson Pollock, cuando de modo espontáneo afirmó: Yo soy la naturaleza.     
Por lo demás, la dimensión de los dibujos no es lo de menos, suma dramatismo a las criaturas fantásticas y contribuye a destacar los trazos que en algunos espacios se vuelven casi abstractos.
La tierra es el tema fundamental de la muestra, aparece anegada o cuarteada por la sequía, y, sin embargo, este motivo trasciende la advertencia sobre los cuidados que reclama la naturaleza. Las obras de Viviana Blanco no pretenden transmitir un mensaje determinado, se perciben más bien como enigmas. Sus ideas políticas subyacen en los dibujos, están expresadas con el lenguaje del arte, donde el sentido y las formas van a la par.
El doble, una presencia constante en toda la producción, más allá de ser un recurso válido para subrayar el discurso y confirmar la identidad, refleja la condición ilusoria del arte. Al fin y al cabo, los dibujos son imágenes que replican la vida o, a la inversa, la vida imita el arte y lo duplica, como opinaba Oscar Wilde. Pero el doble en estos dibujos, nos remite a la eterna y compleja lucha de los opuestos, presentes en la literatura de Borges (dos pintoras, dos conspiradores, dos gauchos, dos guerreros sajones, dos historiadores), como estos dos personajes que nos conmueven con el gesto empecinado de trabajar inútilmente la tierra.
El contexto que rodea a Viviana Blanco contribuye a la interpretación de su obra. Hasta los 18 años vivió en la Patagonia con una familia trabajadora del campo, sin contacto con el arte. Con el arribo de la TV se ilumina su memoria: Los dibujos animados y las series clásicas despertaban en mí toda una serie de fantasías, las guardaba en mi recuerdo para repasarlas por la noche, antes de dormir. De ese tiempo que va desde la infancia a la adolescencia proviene su encantamiento proustiano por el mundo de los sueños. Eran sueños poderosos, verdaderos viajes para mí.
El vivir y el soñar son actividades estrechamente ligadas desde entonces. Al igual que los surrealistas, nuestra artista parece capacitada para soñar, a su entera voluntad.
Así comenzó a dibujar con la fuerza de la fantasía que aflora del inconsciente. No es extraño que llegada la hora de estudiar se interesara por la psicología, que la trajo a Buenos Aires. En la ciudad desconocida compró una caja de pasteles al óleo, y en un taller del Centro Cultural Rojas, advirtió que no podía dejar de dibujar.
En los momentos en que no dibuja lee, además de los libros de arte, una novela de Clarice Lispector donde el personaje dormía hasta el nunca.
Los ritmos que agitan la línea del dibujo, generan un efecto hipnótico, están gestados como decía Proust “en los largos sueños que seguían a mis sueños”. El recuerdo del propio universo onírico pasó a ser una actividad consciente, la memoria se convirtió entonces en una fuente para alimentar la invención, y se sincronizó el pulso con la imaginación para transponer las imágenes al papel.
Hay en los dibujos de Viviana Blanco un registro riguroso de la memoria visual de los sueños, material que alimenta y retroalimenta la creatividad. No obstante, hay un clima de nostalgia que tiñe casi toda la obra, en sus trabajos se divisa un horizonte donde no existe el color, y el Paraíso parece definitivamente perdido.
                                    
                                                                       Ana Martínez Quijano







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